Haigh, Samuel[1]
Bosquejos de
Buenos Aires, Chile y Perú. [1831]. Buenos Aires: Vaccaro, 1920. [Museo Mitre, Colección Moores
Doc. 372 4,5,12].
La ciudad de Buenos Aires ha sido a menudo descripta
y debe estar fresca en la memoria de la mayor parte de los lectores. Hay en
ella un aspecto desordenado e inconcluso que de todo tiene menos de agradable;
con excepción de pocas calles, en las cercanías de la Plaza , las casas son bajas y
sucias y van en progresión descendente a medida que se va a los arrabales. Sin
embargo, hay numerosas casas bien construidas
en las calles principales; la mayor parte de un piso, hechas de ladrillo
y blanqueadas, con patios y terrenos amplios, y dependencias para la
servidumbre a estilo español, y la usual gran portada gótica; algunas veces las
armas de los primitivos propietarios se ven esculpidas en piedra sobre la
puerta. Los techos de azotea son planos y cubiertos con piedra, algunos patios
son pavimentados con mosaico de mármol blanco y negro. Las casas mejores tienen
un toldo en los patios a la altura del techo que sirve de sombra contra el
extremo calor solar. Las ventanas rara vez tienen vidrios, pero están protegidas
por rejas de hierro que producen un aspecto de cárcel.
La ciudad, vista desde la rada, presenta aspecto
sombrío y monástico por sus numerosas torres y cúpulas, y esta impresión se
robustecía, en la época de que escribo, por el número de clérigos y frailes que
llenaban las calles.
La plaza mayor es amplia y hermosa, con una pirámide
en el centro, protegida del lado del río por un fuerte, que, aunque no de mayor
importancia, tiene hermoso aspecto.
Pocas calles del centro están pavimentadas, pero en
general se siente grande incomodidad por los lodazales en la estación lluviosa,
y el huracán de polvo en la seca. Las veredas son estrechas y desagradables,
con postes colocados casi junto a las casas, que hacen el caminar
extraordinariamente fastidioso, en especial porque muchas de las veredas son
calzadas levantadas dos o tres pisos del nivel del suelo.
Hay en las calles de Buenos Aires más señales de
actividad y bullicio que en cualquier otra ciudad sudamericana. Numerosos
carros de mala forma, con ruedas chillonas de enorme circunferencia, aunque no
del todo redondas, sin ninguna clase de adorno, picaneados por mestizos de indio,
casi tan brutales como los animales que manejan; negros y mulatos, changadores indios,
cargados con fardos y cajones de mercaderías, o con talegos de pesos fuertes (porque en aquellos buenos tiempos
ningún Banco había emitido papel moneda ni este país había hecho empréstito en
Londres); damas en sus calesas (cochecitos de dos ruedas muy vistosamente
pintados y tirados por una mula montada
por postillón negro) otras caminando para ir a las tiendas o visitas, clérigos
y frailes, comerciantes, militares, todos al parecer muy ocupados, contribuyen
a hacer de la ciudad lo contrario de triste y sin interés.
Los habitantes principales, así como los ingleses,
tienen sus casas de campo o quintas, a inmediaciones de la ciudad, donde en
ocasiones se organizan fiestas campestres. Las casas quintas son de tapia y
caña; su moblaje es inferior al de las residencias urbanas, pero son muy
frescas para retirarse durante los meses calurosos de verano.
La población de Buenos Aires se estima en cien mil
habitantes, incluyendo blancos, negros, mestizos e indios. Los blancos puros no
son numerosos, y la masa popular es de casta tan mezclada de blanco, indio y
negro, que sería difícil fijar su origen; los gauchos y campesinos descienden
originariamente de padre blanco y madre india.
Había escasez de jóvenes en la ciudad, en el tiempo
que estuve allí, 1817; pero como la carrera más honorable abierta para el joven
es la militar, se comprende la desaparición de esta rama de la población, por
las constantes guerras con Perú, Banda Oriental y las contiendas civiles de
menor cuantía.
Los ingleses de Buenos Aires son muy hospitalarios y
viven de manera excelente, y en todos los actos públicos [...] compiten con sus
hermanos transatlánticos en manifestar sus sentimientos patrióticos [...].
Las
misas se celebran desde la aurora al mediodía, y en días de fiesta, de once a
una son horas de moda; las damas se ven en grupos seguidas de muchachas negras
y mulatas llevando alfombras de los colores más vivos para arrodillarse [...]
Una beldad española saca gran ventaja del vestido de
misa, de seda negra perfectamente ajustado al cuerpo; mantilla blanca o negra
puesta graciosamente en la cabeza, que a veces contrasta con un chal de seda de
color vivo sobre los hombros; los zapatos y medias son de seda blanca porque
las damas españolas nunca usan medias negras o azules y se enorgullecen mucho
de sus pies, lo que no es de admirar, pues generalmente muestran pie muy
pequeño y bien torneado tobillo.
La mayor parte de las mujeres son
muy lindas y algunas beldades perfectas por la exquisita línea de sus
facciones; su color es generalmente pálido tendiendo a oliva; nariz aguileña y
mucha dulzura en la boca. Los grandes ojos negros porque son célebres las
beldades españolas, en ocasiones disparan unas descargas de expresión que no se
encuentran a menudo en climas más septentrionales. Sus figuras son buenas en
extremo y saben cómo hacerlas resaltar prestando grande atención a la gracia
del porte. Invariablemente danzan y caminan bien, y con gran aparente soltura,
que no se ve el mínimo dejo de afectación [...].
Los caballeros de Buenos Aires se visten tan bien
como los de igual clase en Londres o París, y sus maneras son sin afectación o
afeminamiento. Todos los jóvenes son buenos jinetes [...] son valientes
liberales y desinteresados, pero algo orgullosos y arrogantes [...].
de las otras repúblicas, a lo que puede atribuirse
esta animosidad.
La sociedad en general de Buenos Aires es agradable;
después de ser presentado en forma a una familia, se considera completamente
dentro de la etiqueta visitar a la hora que uno crea más conveniente, siendo
siempre bien recibido; la noche u hora de tertulia, es la más acostumbrada
[...] a la noche la familia se congrega en la sala llena de visitantes,
especialmente si es casa de tono.
Las diversiones consisten en conversación, valsar,
contradanza española, música (piano y guitarra) y algunas veces canto. Al
entrar se saluda a la dueña de casa y ésta es la única ceremonia; puede uno
retirarse sin formalidad alguna; y de esta manera si se desea, se asiste a
media docena de tertulias en la misma noche. Los modos y conversación de las
damas son muy fáciles y agradables y, como es costumbre que sean muy cumplidas
con los extranjeros, se ha incurrido frecuentemente en error con respecto a
esta libertad.
Los vestidos de recepción de las damas son de
muchísimo buen gusto [...] las modas francesas son preferidas.
Hay en Buenos Aires sastres ingleses y franceses,
modistas y tiendas que siguen de cerca las mejores modas europeas [...], las
maneras de los habitantes se asemejan más a las de las dos grandes capitales,
Londres y París [...].
El populacho de Buenos Aires es muy sucio menos
cuando se endominga. Los hombres se visten con paño y pana y las mujeres con
bayetas y telas de algodón. Ambos sexos son especiales, los días de fiesta, en
trenzar y festonearse el cabello, y se puede ver con frecuencia a los de clase
baja sentados en la puerta, con la cabeza del vecino sobre las faldas de otro,
cuyos dedos se emplean con diligencia en disminuir la población de tan tupidas
marañas.
Las iglesias son grandes y tristes por fuera, y los
muros de la mayor parte están cubiertos en lo alto con pajas y yuyos [...] las
iglesias son numerosas, las principales son la Catedral , Santo Domingo, la Merced , San Francisco y la Recoleta ; estas son muy
grandes y hermosas. En tiempo de los españoles las iglesias se adornaban con
gran profusión de oro y plata [...], están ahora adornados con oropel en vez de
substancia [...] Las iglesias están siempre abiertas, de que se percata uno muy
bien por el continuo tañido de las campanas [...] los templos carecen de
escaños y están pavimentados con piedra o ladrillo.
En el fuerte rodeado por muralla y foso, reside el
gobernador y hay varias oficinas públicas pertenecientes al ministerio de
Guerra y Marina [...] Ha cambiado tan repetidamente el gobierno en hombres y
disposiciones, desde su emancipación del despotismo, que sería difícil opinar. La
forma establecida se compone de un gobernador llamado Presidente, y de un
Cabildo, corporación municipal elegida por el pueblo [...].
Los cafés son frecuentados por la mejor sociedad de
hombres exclusivamente [...] Las corridas de toros, los teatros y los reñideros
generalmente están llenos. Un día [...]
propusieron ir a ver una corrida de toros [...]. La calle que conduce a la
plaza, en las afueras de la ciudad, de cerca de media milla de largo, estaba
apiñada de gente en calesas o a pié, y damas sentadas en las ventanas o
balcones, a ambos lados de la calle, daban al acceso un aspecto muy animado.
[...] la plaza (área espaciosa rodeada por un
anfiteatro) ya repleta de concurrencia bien vestida y de ambos sexos y de todas
las clases, desde el gobernador y su esposa, hasta el gaucho y su mujer. Los
toros se lidian uno por uno y a veces se matan veinte en una tarde [...]
después de ver matar dos o tres toros, me disgustó la diversión, que me pareció
muy cruel y algo cobarde. El teatro de Buenos Aires es edificio hermoso, pero
no fui más de una vez por no entender el idioma; estaba muy bien concurrido.
Junto a las puertas de la gente pobre hay siempre un gallo de riña atado de la
pata, lo que demuestra que las riñas, deben ser diversión muy difundida.
El sitio donde se vende carne merece mencionarse,
está en las afueras de la ciudad. La carne se ofrece en un carro cubierto, y su
apariencia es todo menos incentivo para el apetito, cortada en grandes tiras,
con sus cantos generalmente negros. No se permite sacrificar terneras, para que
tal práctica no perjudique el comercio de cueros. El comercio de Buenos Aires
consiste principalmente en exportación de cueros y sebo, y mucha gente se ocupa
en acopiar estos artículos en las pampas. El charqui también es renglón considerable
de comercio y se exportan con frecuencia mulas para el Cabo de Buena Esperanza
y las Indias Occidentales.
Las importaciones de Inglaterra son principalmente
lanas tejidas de Halifax,(...) algodones de Glasgow, [...] ferretería de
Sheffield [...]. Se encuentran también en abundancia mercaderías francesas,
indianas y chinescas.
[1] Haigh fue un
comerciante inglés que residió en América Latina. Sus observaciones fueron
realizadas entre 1817 y 1827.