jueves, 29 de marzo de 2018

Viajeros ingleses en Buenos Aires: Samuel Haigh


Haigh, Samuel[1]

Bosquejos de Buenos Aires, Chile y Perú. [1831]. Buenos Aires: Vaccaro, 1920. [Museo Mitre, Colección Moores Doc. 372   4,5,12].
                                                                                                        
La ciudad de Buenos Aires ha sido a menudo descripta y debe estar fresca en la memoria de la mayor parte de los lectores. Hay en ella un aspecto desordenado e inconcluso que de todo tiene menos de agradable; con excepción de pocas calles, en las cer­canías de la Plaza, las casas son bajas y sucias y van en progre­sión descendente a medida que se va a los arrabales. Sin embargo, hay numerosas casas bien construidas  en las calles principales; la mayor parte de un piso, hechas de ladrillo y blanqueadas, con patios y terrenos amplios, y dependencias para la servidumbre a estilo español, y la usual gran portada gótica; algunas veces las armas de los primitivos propietarios se ven esculpidas en piedra sobre la puerta. Los techos de azotea son planos y cubiertos con piedra, algunos patios son pavimentados con mosaico de mármol blanco y negro. Las casas mejores tienen un toldo en los patios a la altura del techo que sirve de sombra contra el extremo calor solar. Las ventanas rara vez tienen vidrios, pero están protegi­das por rejas de hierro que producen un aspecto de cárcel.
La ciudad, vista desde la rada, presenta aspecto sombrío y monástico por sus numerosas torres y cúpulas, y esta impresión se robustecía, en la época de que escribo, por el número de clérigos y frailes que llenaban las calles.
La plaza mayor es amplia y hermosa, con una pirámide en el centro, protegida del lado del río por un fuerte, que, aunque no de mayor importancia, tiene hermoso aspecto.
Pocas calles del centro están pavimentadas, pero en general se siente grande incomodidad por los lodazales en la estación lluviosa, y el huracán de polvo en la seca. Las veredas son estrechas y desagradables, con postes colocados casi junto a las casas, que hacen el caminar extraordinariamente fastidioso, en especial porque muchas de las veredas son calzadas levantadas dos o tres pisos del nivel del suelo.
Hay en las calles de Buenos Aires más señales de actividad y bullicio que en cualquier otra ciudad sudamericana. Numerosos carros de mala forma, con ruedas chillonas de enorme circunferencia, aunque no del todo redondas, sin ninguna clase de adorno, picaneados por mestizos de indio, casi tan brutales como los animales que manejan; negros y mulatos, changadores indios, cargados con fardos y cajones de mercaderías, o con talegos de  pesos fuertes (porque en aquellos buenos tiempos ningún Banco había emitido papel moneda ni este país había hecho empréstito en Londres); damas en sus calesas (cochecitos de dos ruedas muy vistosamente pintados y tirados  por una mula montada por postillón negro) otras caminando para ir a las tiendas o visitas, clérigos y frailes, comerciantes, militares, todos al parecer muy ocupados, contribuyen a hacer de la ciudad lo contrario de triste y sin interés.
Los habitantes principales, así como los ingleses, tienen sus casas de campo o quintas, a inmediaciones de la ciudad, donde en ocasiones se organizan fiestas campestres. Las casas quintas son de tapia y caña; su moblaje es inferior al de las residencias urbanas, pero son muy frescas para retirarse durante los meses calurosos  de verano.
La población de Buenos Aires se estima en cien mil habitantes, incluyendo blancos, negros, mestizos e indios. Los blancos puros no son numerosos, y la masa popular es de casta tan mezclada de blanco, indio y negro, que sería difícil fijar su origen; los gauchos y campesinos descienden originariamente de padre blanco y madre india.
Había escasez de jóvenes en la ciudad, en el tiempo que estuve allí, 1817; pero como la carrera más honorable abierta para el joven es la militar, se comprende la desaparición de esta rama de la población, por las constantes guerras con Perú, Banda Oriental y las contiendas civiles de menor cuantía.
Los ingleses de Buenos Aires son muy hospitalarios y viven de manera excelente, y en todos los actos públicos [...] compiten con sus hermanos transatlánticos en manifestar sus sentimientos patrióticos [...].
Las misas se celebran desde la aurora al mediodía, y en días de fiesta, de once a una son horas de moda; las damas se ven en grupos seguidas de muchachas negras y mulatas llevando alfombras de los colores más vivos para arrodillarse [...]
Una beldad española saca gran ventaja del vestido de misa, de seda negra perfectamente ajustado al cuerpo; mantilla blanca o negra puesta graciosamente en la cabeza, que a veces contrasta con un chal de seda de color vivo sobre los hombros; los zapatos y medias son de seda blanca porque las damas españolas nunca usan medias negras o azules y se enorgullecen mucho de sus pies, lo que no es de admirar, pues generalmente muestran pie muy pequeño y bien torneado tobillo.
La mayor parte de las mujeres son muy lindas y algunas beldades perfectas por la exquisita línea de sus facciones; su color es generalmente pálido tendiendo a oliva; nariz aguileña y mucha dulzura en la boca. Los grandes ojos negros porque son célebres las beldades españolas, en ocasiones disparan unas descargas de expresión que no se encuentran a menudo en climas más septentrionales. Sus figuras son buenas en extremo y saben cómo hacerlas resaltar prestando grande atención a la gracia del porte. Invariablemente danzan y caminan bien, y con gran aparente soltura, que no se ve el mínimo dejo de afectación [...].
Los caballeros de Buenos Aires se visten tan bien como los de igual clase en Londres o París, y sus maneras son sin afectación o afeminamiento. Todos los jóvenes son buenos jinetes [...] son valientes liberales y desinteresados, pero algo orgullosos y arrogantes [...].
de las otras repúblicas, a lo que puede atribuirse esta animosidad.
La sociedad en general de Buenos Aires es agradable; después de ser presentado en forma a una familia, se considera completamente dentro de la etiqueta visitar a la hora que uno crea más conveniente, siendo siempre bien recibido; la noche u hora de tertulia, es la más acostumbrada [...] a la noche la familia se congrega en la sala llena de visitantes, especialmente si es casa de tono.
Las diversiones consisten en conversación, valsar, contradanza española, música (piano y guitarra) y algunas veces canto. Al entrar se saluda a la dueña de casa y ésta es la única ceremonia; puede uno retirarse sin formalidad alguna; y de esta manera si se desea, se asiste a media docena de tertulias en la misma noche. Los modos y conversación de las damas son muy fáciles y agradables y, como es costumbre que sean muy cumplidas con los extranjeros, se ha incurrido frecuentemente en error con respecto a esta libertad.
Los vestidos de recepción de las damas son de muchísimo buen gusto [...] las modas francesas son preferidas.
Hay en Buenos Aires sastres ingleses y franceses, modistas y tiendas que siguen de cerca las mejores modas europeas [...], las maneras de los habitantes se asemejan más a las de las dos grandes capitales, Londres y París [...].
El populacho de Buenos Aires es muy sucio menos cuando se endominga. Los hombres se visten con paño y pana y las mujeres con bayetas y telas de algodón. Ambos sexos son especiales, los días de fiesta, en trenzar y festonearse el cabello, y se puede ver con frecuencia a los de clase baja sentados en la puerta, con la cabeza del vecino sobre las faldas de otro, cuyos dedos se emplean con diligencia en disminuir la población de tan tupidas marañas.
Las iglesias son grandes y tristes por fuera, y los muros de la mayor parte están cubiertos en lo alto con pajas y yuyos [...] las iglesias son numerosas, las principales son la Catedral, Santo Domingo, la Merced, San Francisco y la Recoleta; estas son muy grandes y hermosas. En tiempo de los españoles las iglesias se adornaban con gran profusión de oro y plata [...], están ahora adornados con oropel en vez de substancia [...] Las iglesias están siempre abiertas, de que se percata uno muy bien por el continuo tañido de las campanas [...] los templos carecen de escaños y están pavimentados con piedra o ladrillo.
En el fuerte rodeado por muralla y foso, reside el gobernador y hay varias oficinas públicas pertenecientes al ministerio de Guerra y Marina [...] Ha cambiado tan repetidamente el gobierno en hombres y disposiciones, desde su emancipación del despotismo, que sería difícil opinar. La forma establecida se compone de un gobernador llamado Presidente, y de un Cabildo, corporación municipal elegida por el pueblo [...].
Los cafés son frecuentados por la mejor sociedad de hombres exclusivamente [...] Las corridas de toros, los teatros y los reñideros generalmente están llenos.  Un día [...] propusieron ir a ver una corrida de toros [...]. La calle que conduce a la plaza, en las afueras de la ciudad, de cerca de media milla de largo, estaba apiñada de gente en calesas o a pié, y damas sentadas en las ventanas o balcones, a ambos lados de la calle, daban al acceso un aspecto muy animado.
[...] la plaza (área espaciosa rodeada por un anfiteatro) ya repleta de concurrencia bien vestida y de ambos sexos y de todas las clases, desde el gobernador y su esposa, hasta el gaucho y su mujer. Los toros se lidian uno por uno y a veces se matan veinte en una tarde [...] después de ver matar dos o tres toros, me disgustó la diversión, que me pareció muy cruel y algo cobarde. El teatro de Buenos Aires es edificio hermoso, pero no fui más de una vez por no entender el idioma; estaba muy bien concurrido. Junto a las puertas de la gente pobre hay siempre un gallo de riña atado de la pata, lo que demuestra que las riñas, deben ser diversión muy difundida.
El sitio donde se vende carne merece mencionarse, está en las afueras de la ciudad. La carne se ofrece en un carro cubierto, y su apariencia es todo menos incentivo para el apetito, cortada en grandes tiras, con sus cantos generalmente negros. No se permite sacrificar terneras, para que tal práctica no perjudique el comercio de cueros. El comercio de Buenos Aires consiste principalmente en exportación de cueros y sebo, y mucha gente se ocupa en acopiar estos artículos en las pampas. El charqui también es renglón considerable de comercio y se exportan con frecuencia mulas para el Cabo de Buena Esperanza y las Indias Occidentales.
Las importaciones de Inglaterra son principalmente lanas tejidas de Halifax,(...) algodones de Glasgow, [...] ferretería de Sheffield [...]. Se encuentran también en abundancia mercaderías francesas, indianas y chinescas.



[1] Haigh fue un comerciante inglés que residió en América Latina. Sus observaciones fueron realizadas entre 1817 y 1827.                                                                                

sábado, 17 de marzo de 2018

Gaceta de Buenos Aires


Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). 1910. Buenos Aires: Junta de Historia y Numismática Americana. (Tomo I)

Jueves 7 de junio de 1810
Orden de la Junta
(...) Para el logro de tan justos deseos ha resuelto la Junta que salga a la luz un nuevo periódico semanal con el título de Gaceta de Buenos Aires, el cual sin tocar los objetos que tan dignamente se desempeñan en el semanario de comercio, anuncie al público las noticias exteriores e interiores que deban mirarse con algún interés. En él se manifestarán igualmente las discusiones oficiales de la Junta con los demás Jefes y Gobiernos, el estado de la Real hacienda, y medidas económicas para su mejora y una franca comunicación de los motivos que influyan en sus principales providencias, abrirá la puerta a las advertencias que desea de cualesquiera que pueda contribuir con sus luces á la seguridad del acierto (...) (Gaceta de Buenos Aires, 1910: 7).
Nada se presenta más magnífico a la consideración del hombre filósofo, que el espectáculo de un pueblo que elige sin tumultos, personas que merecen su confianza y a quienes encarga el cuidado de sus gobiernos. Buenos Aires había dado una lección al mundo entero por la madurez y moderación con que el congreso general se examinaron las grandes cuestiones que iban a decidir de su suerte, y el feliz resultado de tan respetable asamblea produjo la augusta ceremonia del juramento solemne con que se estrecharon los vínculos para la religiosa observancia de lo que la pluralidad había sancionado. Dos tardes seguidas apenas bastaron para recibir los votos de los funcionarios públicos e incorporaciones más respetables. El eclesiástico, el regular, el militar, el togado, el empleado, el vecino, todos concurrieron á jurar la firmeza y estabilidad de la nueva obra, porque todos reconocieron su justicia, confesaron su necesidad, y vieron el interés común íntimamente unido al particular de sus personas (Ibídem: 12).
           
Gaceta extraordinaria de Buenos Aires
Sábado 9 de junio de 1810
Nuevo oficio de la Junta
            (...) Las incertidumbres acerca de la representación legítima del poder soberano del señor Fernando VII, causaron la discusión pública que se tuvo en esta ciudad con expreso permiso del Gobierno; y su resultado fue subrogar el mando del señor virrey en esta Junta, instalada provisoriamente hasta el congreso de los diputados de las provincias, a quienes tocaba el examen y arreglo de la representación que debía ejercer los derechos de nuestro augusto monarca (...)
            La Junta ha jurado al señor don Fernando VII, y la conservación de sus augustos derechos, se ha instalado igualmente bajo el preciso concepto de reconocer la representación soberana legítimamente establecida en España y este reconocimiento debe ser efecto de la resolución de dos cuestiones: primera la certeza indudable de la representación soberana establecida en España,  segunda el convencimiento de su legitimidad (...) (Ibídem: 30).
            Para que el celo del tribunal repose tranquilamente sobre principios ciertos le hace saber la Junta: que ella ha jurado por su rey y señor natural al señor don Fernando VII: que ha jurado reconocer toda representación soberana establecida legítimamente: que en desempeño de estos deberes ha mandado a España un oficial con pliegos para el gobierno soberano legítimamente establecido. Pero que siendo repetidas las declaraciones de que los pueblos de América son iguales a los de España, no se considerará con menos derechos, ni menos representación que las Juntas provinciales de aquellos reinos (...) que en ningunas manos estarían más seguros que en las suyas los derechos y territorios del rey (...) (Ibídem: 31-32)           


viernes, 16 de marzo de 2018

Artigas y la revolución


Instrucciones que se dieron a los diputados de la Provincia Oriental para el desempeño de su misión en la Asamblea General Constituyente.
Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona de España, y familia de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de la España, es, y debe ser totalmente disuelta.
Art. 2°. No admitirá otro sistema que el de la Confederación para el pacto recíproco con las provincias que formen nuestro Estado.
Art. 3°. Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.
Art. 4°. Como el objeto y fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y de los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, a más del Gobierno Supremo de la Nación.
Art. 5°. Así éste como aquél se dividirán en poder legislativo, ejecutivo y judicial.
Art. 6°. Estros tres resortes jamás podrán estar unidos entre sí, y serán independientes en sus facultades.
Art. 7°. El Gobierno Supremo entenderá solamente en los negocios generales del Estado. El resto es peculiar al Gobierno de cada Provincia.
Art. 8°. El territorio que ocupan estos pueblos de la costa Oriental del Uruguay hasta la fortaleza de Santa Teresa, forma una sola provincia, denominante: la Provincia Oriental.
Art. 9°. Que los siete pueblos de Misiones, los de Batoví, Santa Teresa, San Rafael y Tacuarembó, que hoy ocupan injustamente los portugueses, y a su tiempo deben reclamarse, serán en todo tiempo territorio de esta Provincia.
Art. 10°. Que esta provincia por la presente entra separadamente en una firme liga de amistad con cada una de las otras, para su defensa común, seguridad de su misma libertad, y para su mutua y general felicidad, obligándose a asistir a cada una de las otras contra toda violencia o ataques hechos sobre ellas, o sobre alguna de ellas, por motivo de religión, soberanía, tráfico, o algún otro pretexto, cualquiera que sea.
Art. 11°. Que esta provincia retiene su soberanía, libertad e independencia, todo poder, jurisdicción y derecho que no es delegado expresamente por la Confederación a las Provincias Unidas juntas en Congreso.
Art. 12°. Que el puerto de Maldonado sea libre para todos los buques que concurren a la introducción de efectos y exportación de frutos, poniéndose la correspondiente aduana en aquel pueblo; pidiendo al efecto se oficie al comandante de las fuerzas de Su Majestad Británica sobre la apertura de aquel puerto para que proteja la navegación, o comercio, de su nación.
Art. 13°. Que el puerto de la Colonia sea igualmente habilitado en los términos prescriptos en el artículo anterior.
Art. 14°. Que ninguna tasa o derecho se imponga sobre artículos exportados de una provincia a otra; ni que ninguna preferencia se dé por cualquiera regulación de comercio, o renta a los puertos de una provincia sobre los de otra; ni los barcos destinados de esta provincia a otra serán obligados a entrar, a anclar, o pagar derechos en otra.
Art. 15°. No permita se haga ley para esta Provincia sobre bienes de extranjeros que mueren intestados, sobre multas y confiscaciones que se aplicaban antes al Rey, y sobre territorios de éste, mientras ella no forma su reglamento y determine a qué fondos deben aplicarse, como única al derecho de hacerlo en lo económico de su jurisdicción.
Art. 16°. Que esta Provincia tendrá su constitución territorial: y que ella tiene el derecho de sancionar la general de las Provincias Unidas que forme la Asamblea Constituyente.
Art. 17°. Que esta provincia tiene derecho para levantar los regimientos que necesite, nombrar los oficiales de compañía, reglar la milicia de ella para la seguridad de su libertad, por lo que no podrá violarse el derecho de los pueblos para guardar y tener armas.
Art. 18°. El despotismo militar será precisamente aniquilado con trabas constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos.
Art. 19°. Que precisa e indispensable, sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio del Gobierno de las Provincias Unidas.
Art. 20°. La constitución garantirá a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana, y que asegure a cada una de ellas de las violencias domésticas, usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía, que con la fuerza armada intente alguna de ellas sofocar los principios proclamados. Y así mismo prestará toda su atención, honor, fidelidad y religiosidad, a todo cuanto crea, o juzgue, necesario para preservar a esta provincia las ventajas de la libertad, y mantener un gobierno libre, de piedad, justicia, moderación e industria. Para todo lo cual, etc.
Delante de Montevideo, 13 de abril de 1813.
José Artigas

lunes, 12 de marzo de 2018

Memoria e Historia

Marina Franco y  Florencia Levín: El pasado cercano en clave historiográfica (fragmentos)
Capítulo incluido en  Franco, M. y Levín, F. (comp.). Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires, Paidós, 2007 
Tiempo, historia e historiografía 
Es un dato de nuestros tiempos que el pasado cercano se ha constituido en objeto de gran presencia y centralidad, casi de culto, en el mundo occidental. Se trata de un pasado abierto, de algún modo inconcluso, cuyos efectos en los procesos individuales y colectivos se extienden hacia nosotros y se nos vuelven presentes. De un pasado que irrumpe imponiendo preguntas, grietas, duelos. De un pasado que, de un modo peculiar y característico, entreteje las tramas de lo público con lo más íntimo, lo más privado y lo más propio de cada experiencia. De un pasado que, a diferencia de otros pasados, no está hecho sólo de representaciones y discursos socialmente construidos y transmitidos sino que está además alimentado de vivencias y recuerdos personales, rememorados en primera persona. Se trata, en suma, de un pasado “actual” o, más bien, de un pasado en permanente proceso de “actualización” y que, por tanto, interviene en las proyecciones a futuro. Hoy en día, diversas prácticas sociales y culturales, así como un número creciente de disciplinas y campos de investigación, hacen del pasado cercano su objeto e incluso a veces su excusa y medio de legitimación. La memoria, en primer término, como práctica colectiva de rememoración, intervención política y construcción de una narrativa impulsada por diversas agrupaciones e instituciones surgidas tanto de la sociedad civil como del Estado, parece tener la voz cantante en este vuelco hacia el pasado reciente. Asimismo, la tematización de aspectos de ese pasado en el cine (ficción y documental) y la literatura, la aparición de un sinnúmero de estudios periodísticos, la construcción de museos y memoriales, los encendidos debates públicos y sus repercusiones en las columnas de los diarios, así como el auge de los testimonios en primera persona de los protagonistas de ese pasado, dan cuenta de su creciente preponderancia en el espacio público. 
En el terreno estrictamente historiográfico, el acrecentado interés por este pasado cercano se ha manifestado en el renovado auge de un campo de investigaciones que, con diversas denominaciones –historia muy contemporánea, historia del presente, historia de nuestros tiempos, historia inmediata, historia vivida, historia reciente, historia actual– se propone hacer de ese pasado cercano un objeto de estudio legítimo para el historiador. Lejos de tratarse de una cuestión trivial o anecdótica, la gran diversidad de denominaciones demuestra la existencia de algunas dificultades e indeterminaciones a la hora de establecer cuál es la especificidad de este campo de estudios. En efecto, ¿cuál es el pasado cercano? ¿Qué período de tiempo abarca? ¿Cómo se define ese período? ¿Qué tipo de vinculación diferencial tiene este pasado con nuestro presente, en relación con otros pasados “más lejanos”?  Un camino posible para responder estos interrogantes es tomar la cronología como criterio para establecer la especificidad de la historia reciente. Si bien ésta es una opción posible y de hecho bastante utilizada, existen sin embargo algunos problemas. Para empezar, a diferencia de otros pasados más remotos sobre los cuales se han construido y sedimentado, no sin dificultades y disputas, fechas de inicio y cierre, no existen acuerdos entre los historiadores a la hora de establecer una cronología propia para la historia reciente (ni a nivel mundial ni a nivel de las historias nacionales). Además, aun si se resolviera el problema de establecer las fronteras cronológicas precisas, nos enfrentaríamos al hecho de que al cabo de un cierto tiempo (cincuenta o cien años, por ejemplo), ese pasado hoy considerado “cercano” dejaría de ser tal. En consecuencia, el objeto de la historia reciente tendría una existencia relativamente corta en cuanto tal.  Estas dificultades muestran que la cronología no necesariamente es el camino más adecuado para definir las particularidades de la historia reciente. Por eso, a la hora de establecer cuál es su especificidad, muchos historiadores concuerdan en que ésta se sustenta más bien en un régimen de historicidad particular basado en diversas formas de coetaneidad entre pasado y presente: la supervivencia de actores y protagonistas del pasado en condiciones de brindar sus testimonios al historiador, la existencia de una memoria social viva sobre ese pasado, la contemporaneidad entre la experiencia vivida por el historiador y ese pasado del cual se ocupa. Desde esta perspectiva, los debates acerca de qué eventos y fechas enmarcan la historia reciente carecen de sentido en tanto y en cuanto ésta constituye un campo en constante movimiento, con periodizaciones más o menos elásticas y variables (Bédarida, 1997: 31).  Por otra parte, si consideramos el conjunto de investigaciones abocadas al estudio del pasado cercano encontramos que los criterios antes mencionados suelen estar atravesados por otro componente no menos relevante: el fuerte predominio de temas y problemas vinculados a procesos sociales considerados traumáticos: guerras, masacres, genocidios, dictaduras, crisis sociales y otras situaciones extremas que amenazan el mantenimiento del lazo social y que son vividos por sus contemporáneos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano de la experiencia individual como colectiva. Si en la práctica profesional el predominio de estos temas es un fenómeno recurrente, lo cierto es que no existen razones de orden epistemológico o metodológico para que la historia reciente deba quedar circunscripta a eventos de ese tipo. Finalmente, y en estrecha vinculación con lo anterior, parece evidente que otro elemento que sin duda interviene en el establecimiento de lo que es considerado “pasado cercano” es la apreciación de los propios actores vivos, quienes reconocen como “historia reciente” determinados procesos enmarcados en un lapso temporal que no siempre, y no necesariamente, guardan una relación de contigüidad progresiva con el presente, pero que en definitiva para esos actores adquieren algún sentido en relación con el tiempo actual y eso es lo que justifica el vínculo establecido (Visacovsky: 2006). En suma, tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente según reglas o consideraciones temporales, epistemológicas o metodológicas sino, fundamentalmente, a partir de cuestiones siempre subjetivas y siempre cambiantes que interpelan a las sociedades contemporáneas y que trasforman los hechos y procesos del pasado cercano en problemas del presente. En ese caso, tal vez haya que aceptar que la historia reciente, en tanto disciplina, posee este núcleo de indeterminación como rasgo propio y constitutivo. A pesar de ello, lo cierto es que la historia reciente, en tanto disciplina, tiene ya una trayectoria relativamente larga dentro de la historiografía occidental contemporánea cuyos orígenes se remontan a las experiencias inéditas y críticas de la Primera Guerra Mundial, la Gran Depresión y poco después la Segunda Guerra Mundial (…).
Ahora bien, si la historia reciente constituye un campo que tiene más de medio siglo de vida la pregunta que surge es por qué ahora, en los últimos tiempos, ha cobrado aún más vigor. La respuesta a este interrogante es ciertamente compleja y sólo puede esbozarse teniendo en cuanta una multiplicidad de procesos y variables.  En primer lugar, es preciso mencionar las profundas transformaciones que han afectado por entero al mundo y a nuestras representaciones sociales sobre él. En una dimensión amplia y secular, la sucesión de masacres modernas y organizadas –entre ellas, las guerras mundiales, el Holocausto y los sucesivos genocidios– a lo largo de este último siglo (de cuya repetición y lógica sólo se ha tomado conciencia recientemente) ha puesto en cuestión el presupuesto del progreso humano acuñado en los siglos precedentes. Así, la toma de conciencia de esta nueva realidad ha enfrentado crudamente a la humanidad con la necesidad de comprender su pasado cercano. Junto a ello, la crisis y descomposición del bloque de los países del Este, la crisis sostenida del capitalismo a nivel internacional y, más recientemente, la reinvención de un nuevo enemigo para Occidente y la reconstitución de un escenario bélico mundial, han terminado de derrumbar las viejas certezas y han dejado lugar a nuevas incertidumbres que impactan fuertemente, entre otras cosas, en las modalidades a partir de las cuales las sociedades occidentales se relacionan con su pasado (dentro de las cuales la historia es tan sólo una).
 (…)
Algunos desafíos para la historiografía de la historia reciente 
Dadas las peculiaridades de la historia reciente, fundamentalmente las que se derivan de su particular régimen de historicidad, el trabajo del investigador dedicado al estudio del pasado cercano se ve atravesado por una serie de vinculaciones complejas con un conjunto de prácticas, discursos e interacciones sociales y de su propio tiempo que lo obligan a confrontar con perspectivas diversas y a revisar y reelaborar permanentemente su propia posición y su propia práctica. En particular, nos interesa trabajar la relación de la historia con la memoria, con el testimonio y con la gran expectativa social acerca del pasado cercano que se traduce en una demanda de respuestas e incluso de intervenciones públicas por parte de los especialistas. 
Memoria
Comencemos por señalar que por memoria se puede denominar una amplia y variada gama de discursos y experiencias. Por un lado, memoria puede aludir tanto a la capacidad de conservar o retener ideas previamente adquiridas como, contrariamente, a un proceso activo de construcción simbólica y elaboración de sentidos sobre el pasado. Por otro lado, la memoria es una dimensión que atañe tanto a lo privado, es decir, a procesos y modalidades estrictamente individuales y subjetivas de vinculación con el pasado (y por ende con el presente y el futuro) como a la dimensión pública, colectiva e intersubjetiva (…). Más allá de estas distintas vertientes que aluden a objetos diversos, cuando los investigadores, filósofos o teóricos hablan de memoria pueden estar haciendo referencia a dos órdenes completamente diversos que, sin embargo, pueden guardar entre sí estrechas y complejas relaciones. Por una parte, con frecuencia la noción de memoria hace referencia a una dimensión epistémica que, precisamente, señala esos diversos objetos mencionados - discursos, recuerdos, representaciones (tanto individuales como colectivas)- como así también a un subcampo disciplinar específico que se encarga de su estudio. Pero, en otro orden, la noción de memoria alude a la capacidad y, sobre todo, al deber ético de extraer de la masa informe de los muertos las individualidades y las historias sustraídas (Tafalla, 1999: 90) para restituir, por más imposible que resulte esa tarea, las identidades abolidas y ocultadas por los regímenes de exterminio industrializado. En este caso, la memoria, o lo que muchas veces se denomina “razón anamnética”, constituye un imperativo ético que deriva de la línea del mal radical, de lo inconmensurable, del crimen imprescriptible e imperdonable (Ricoeur, 2000). Estas dos vertientes suelen aparecer entremezcladas, confundidas e indiscriminadas en muchos de los extensos debates teóricos acerca de la memoria.  El espacio privilegiado que el acto de “hacer memoria” –en cualquiera de sus formas: pública o privada, individual o colectiva– ha adquirido en las últimas décadas en las sociedades occidentales ha planteado una suerte de querella de prioridades con la historia, lo cual ha dado lugar a largos y fructíferos y debates.  Sintéticamente, podemos reconocer dos modalidades antitéticas y ciertamente maniqueas de comprender la relación entre la historia y la memoria (considerada, esta última, en su dimensión epistémica): de una parte, están quienes plantean que existe entre ambas una oposición binaria; de otra, quienes suponen que, en definitiva, historia y memoria son la misma cosa. En el primer caso, se opone un saber historiográfico capturado por los preceptos positivistas de verdad y objetividad a una memoria fetichizada y acrítica. En el segundo, se entiende que la memoria es la esencia de la historia y, por lo tanto, se da por supuesta una historia ficcionalizada y mitificada (LaCapra, 1998: 16-19).  Sin embargo, es posible (y deseable) superar estas posturas simplistas a partir del reconocimiento de que historia y memoria son dos formas de representación del pasado gobernadas por regímenes diferentes que, sin embargo, guardan una estrecha relación de interpelación mutua: mientras que la historia se sostiene sobre una pretensión de veracidad, la memoria lo hace sobre una pretensión de fidelidad (Ricoeur, 2000), pretensión ésta que se inscribe en esa dimensión ética de la memoria mencionada más arriba. En esta lógica de mutua interrelación, la memoria tiene una función crucial con respecto a la historia, en tanto y en cuanto permite negociar en el terreno de la ética y de la política aquello que debiera ser preservado y transmitido por la historia (LaCapra, 1998: 20).  Desde el punto de vista de la historia, la relación con la memoria puede ser establecida de diversas maneras: la historia puede cumplir un importante papel en la construcción de las memorias en la medida en que su saber erudito y controlado permite “corregir” aquellos datos del pasado que la investigación encuentra alterados y sobre los que se construyen las memorias (Jelin, 2002). Pero este rol de la historia como “correctora” no debiera suponer el   establecimiento de una contraposición entre “la verdad” de la historia frente a las “deformaciones” de la memoria. De otro modo, se caería en la ilusión de que la historiografía puede independizarse de la memoria y, sometida a sus propias reglas de validación, liberarse de la selectividad y la subjetividad que gobiernan la memoria. Como es fácil advertir, este vínculo entre historia y memoria no es nada sencillo y la confrontación es casi inevitable cuando las reglas de la producción historiográfica sitúan al historiador en una visión diferente y a veces opuesta a la de otros actores que brindan sus testimonios sobre los mismos hechos y procesos que aborda el investigador (Pomian, 1999:379-80).  Por su parte, la memoria puede ser muy útil para reconstruir ciertos datos del pasado a los cuales es imposible acceder a partir de otro tipo de fuentes (Jelin, 2002) aunque, ciertamente, los historiadores deben recurrir a una serie de resguardos metodológicos ya que los individuos no son repositorios pasivos de datos históricos coherentes y asequibles sino que, en su proceso de recordar, las subjetividades, deformaciones, olvidos y ambigüedades se cuelan a veces incluso de modo solapado (James, 2004: 127; Portelli, ob.cit.). Sin embargo, como dice Alessandro Portelli, la importancia del testimonio oral no reside tanto en su “adherencia al hecho” como en su alejamiento del mismo, cuando afloran la imaginación, el simbolismo y el deseo. En este caso, las fuentes orales, basadas en las memorias individuales, permiten no tanto, o no sólo la reconstrucción de hechos del pasado, sino también, mucho más significativamente, el acceso a subjetividades y experiencias que, de otro modo, serían inaccesibles para el investigador (Portelli, 1991: 42-43). Así, esta puerta que abren la memoria y el testimonio oral constituye la base de una vertiente muy rica y en pleno auge de una historiografía que toma la subjetividad como un objeto de estudio tan legítimo como cualquier otro.  Ahora bien, si la singularidad y trascendencia de la memoria para cada persona que ha vivido una experiencia es inobjetable, el fin de la historiografía no es dar cuenta de esa trascendencia sino pensar, enmarcar, “normalizar” en una cierta lógica lo que para cada individuo es excepcional e intransferible (Traverso, 2005). En ese sentido, la historiografía debe “servirse” de la memoria sin necesariamente rendirse ante ella, debe guardar el respeto por esa singularidad intransferible de la experiencia vivida, pero no puede, sin embargo, entregarse a ella completamente. 

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